La reconocida primatóloga británica dedicó su vida a observar, comprender y defender a los animales. A pocos días de su partida, recordamos tres lecciones de Jane Goodall que siguen vigentes y que pueden inspirar nuestra forma de convivir con perros y gatos.

A comienzos de los años sesenta, una joven inglesa llegó a la selva de Gombe, en Tanzania, con un cuaderno, unos binoculares y una paciencia infinita. Se llamaba Jane Goodall y tenía una misión que parecía imposible: observar a los chimpancés sin alterar su comportamiento. Pasó meses viéndolos desde lejos, esperando a que la aceptaran como parte del paisaje. Con el tiempo, logró algo que cambiaría la historia de la ciencia: demostrar que los animales no solo usan herramientas, sino que piensan, sienten y se comunican.

Desde entonces, Goodall se convirtió en una de las voces más poderosas del planeta en defensa de los animales y el medioambiente. Su vida entera ha sido una invitación a mirar a otras especies con empatía y respeto. Y aunque sus estudios se centraron en los chimpancés, sus enseñanzas también pueden inspirar la manera en que nos relacionamos con nuestros perros y gatos.

A propósito de su reciente partida, repasamos tres enseñanzas que Jane Goodall nos dejó y que vale la pena recordar cada día.

1. Escuchar antes de intervenir

Goodall pasó meses observando a los chimpancés antes de acercarse o intentar interactuar. Comprendió que para conocer de verdad a un animal primero hay que observarlo en silencio, sin imponer nuestras expectativas humanas.

Cuando un perro ladra demasiado o un gato se esconde bajo la cama, tendemos a corregir de inmediato. Pero si miramos con atención, quizá descubramos miedo, estrés o aburrimiento detrás de ese comportamiento.

Escuchar antes de intervenir significa darles tiempo, leer su lenguaje corporal y responder con calma. Es el primer paso para una convivencia más empática.

En su investigación, Jane Goodall rompió con la tradición científica de numerar a los animales y decidió darles nombres: David Greybeard, Flo, Fifi. Con ese gesto sencillo, reconoció que cada chimpancé tenía una personalidad distinta, emociones y formas únicas de relacionarse.

Lo mismo ocurre en nuestras casas. No hay dos perros ni dos gatos iguales, aunque sean de la misma raza o vivan bajo el mismo techo. Algunos son más sociables, otros más reservados; algunos disfrutan del agua, otros la detestan. No existe una receta universal para criarlos o entenderlos: cada animal es un mundo, con su propio ritmo, historia y manera de comunicarse.

Respetar esas diferencias es también una forma de cariño: adaptar los juegos, la rutina o el entrenamiento a su carácter individual.

2. La empatía es la base del vínculo

Goodall siempre sostuvo que los animales sienten alegría, tristeza y miedo, igual que nosotros. Su campo de estudio fueron los chimpancés, pero su mensaje trascendió a todas las especies. En una entrevista, lo expresó de manera sencilla y conmovedora: “No puedes compartir tu vida con un perro o un gato y no saber perfectamente que los animales tienen personalidad, mente y sentimientos”.

Esa convicción —la de que todos los seres vivos experimentan emociones— también puede guiar nuestra relación con las mascotas. Cuando entendemos que un perro no muerde “por maldad”, sino porque se siente amenazado o inseguro, o que un gato no “ignora” por desinterés, sino porque necesita calma y distancia, la convivencia mejora.

Practicar la empatía con los animales implica detenerse un momento a pensar cómo se sienten, qué pueden estar intentando comunicar con su conducta o su cuerpo. A veces, un gruñido es miedo; un arañazo, una forma de defender su espacio; un maullido insistente, una llamada de atención o una necesidad no cubierta. Cuando aprendemos a ver sus gestos como lenguaje y no como problema, empezamos a relacionarnos de verdad.

La empatía no es humanizarlos, es reconocer que son seres sensibles que merecen respeto y comprensión.

3. Cuidar de un animal es cuidar del planeta

Jane Goodall dedicó su vida a enseñar que todo está conectado: los animales, las personas y el medioambiente. Proteger una especie es también proteger su hábitat y, en última instancia, nuestro propio futuro.

Cuidar responsablemente a nuestros perros y gatos puede ser parte de ese mismo círculo virtuoso. Elegir productos sostenibles, esterilizar para evitar sobrepoblación, adoptar en lugar de comprar o reducir los desechos plásticos son pequeñas acciones que suman.

En resumen, Jane Goodall nos enseñó que observar, comprender y respetar a los animales puede cambiarlo todo. No hace falta estar en una selva africana para ponerlo en práctica: basta con mirar con atención a quien duerme a nuestros pies o ronronea en el sillón.