Ni fantasmas ni presagios: qué hay detrás de ese enigmático “mirar al vacío” y cómo los sentidos hiperafinados de los perros descifran estímulos que pasan inadvertidos a los humanos, según explica el etólogo Dr. Enzo Roubaud.
Por Josefina Hirane
A casi todo tutor canino le ha pasado: el perro detiene el juego, clava la vista en un rincón desprovisto de estímulos visibles y, por unos segundos, parece hipnotizado. El gesto ha alimentado leyendas sobre presencias sobrenaturales, pero la etología ofrece una respuesta mucho más terrenal. Conversamos con el médico veterinario y etólogo Dr. Enzo Roubaud para entender qué hay detrás de ese enigmático “mirar al vacío”. “Los sentidos de los perros están mucho más agudizados, específicamente el olfato y la audición; cuando parecen mirar concretamente nada, siempre hay un algo detrás: un sonido, un olor o ciertas vibraciones que para nosotros son imperceptibles”, explica Roubaud.
En otras palabras, el perro no contempla un espacio desprovisto de estímulos: capta moléculas olfativas o frecuencias sonoras fuera de nuestro alcance. A veces, dice el especialista, ladean la cabeza para “encajar” mejor el sonido, del mismo modo en que afinamos la oreja humana para oír un susurro lejano.
Un superolfato y un oído a toda prueba
El contraste con nuestra especie es abrumador: “Los perros poseen alrededor de 300 millones de receptores olfativos; los humanos, unos 60 millones. Pueden oír frecuencias tres veces más altas que las nuestras”, detalla el etólogo. Ese hardware sensorial permite que un aroma que a nosotros nos abandonó hace horas siga “vivo” para ellos, o que un estallido de fuegos artificiales retumbe largo rato después de que nuestro oído lo olvida. Por eso un perro puede tensionarse o concentrarse antes —y también después— de un estímulo que jamás registramos.
¿Debo preocuparme? El gesto, por sí solo, rara vez indica ansiedad o dolor. “Mirar al vacío suele relacionarse más con el aburrimiento o la contemplación”, señala Roubaud. Las señales de alarma de que el perro está sufriendo son otras: pupilas dilatadas y fijas en un objeto concreto, ojos entrecerrados de molestia o expresión facial tensa.
Existe, eso sí, una excepción etaria: “En perros mayores puede ser un signo del síndrome de disfunción cognitiva, algo parecido al Alzheimer humano: se quedan pegados, chocan con objetos, alteran sus ciclos de sueño”, advierte. En conclusión, si el comportamiento viene acompañado de desorientación, deambular circular o despertares nocturnos, vale la pena una evaluación veterinaria.
Fantasmas y otros mitos
“No perciben otro plano ni almas que se fueron; simplemente tienen una agudeza sensorial que nosotros no compartimos”, aclara enfático Roubaud.
La tentación de atribuir el gesto a fenómenos paranormales nace, precisamente, de nuestras limitaciones sensoriales. Donde nuestro umbral auditivo y olfativo calla, el del perro sigue oyendo y oliendo. Para interpretar la conducta sin caer en mitos, el especialista recomienda un principio sencillo: “Antes incluso de conocer a tu perro, interiorízate en conocer a la especie: saber cómo funcionan su olfato, su audición y su vista te ayuda a comprender lo que hace sin atribuirlo a explicaciones sobrenaturales”
Consultar fuentes confiables —veterinarios, libros de etología, estudios científicos— y observar el contexto completo del animal evitará malentendidos. Si tras esa mirada fija no hay signos de estrés ni otros cambios de conducta, probablemente tu perro solo esté “viendo” un mundo de olores y sonidos que se nos escapa. No hay fantasmas en la casa, sino sentidos de primera línea trabajando a toda velocidad.