Antes de cambiar pañales o preparar mamaderas, José Miguel y Diego, desde distintas veredas, aprendieron a cuidar desde el cariño, la rutina y la paciencia. Primero con Lana y Maga —una perra y una gata— y luego con sus hijos, descubrieron que la paternidad también se ensaya con pelos, maullidos y paseos compartidos. Aquí compartimos sus historias y miramos también hacia la naturaleza, donde ser padre adopta formas tan diversas como un caballito de mar que gesta o un pingüino que abriga.
Por Josefina Hirane
Para muchos hombres, compartir la vida con una mascota no ha sido solo una experiencia de afecto y compañía, sino también una forma temprana de aprendizaje sobre el cuidado, la entrega y la responsabilidad. Antes de tener a sus hijas o hijos humanos, cuidaron, protegieron y acompañaron a un perro o un gato. Y cuando llegó ese hijo o hija, en lugar de reemplazar un vínculo por otro, construyeron una nueva forma de familia, en la que humanos y animales conviven en un mismo espacio de afecto, rutinas y cuidados compartidos.
Es el caso de José Miguel, quien lo tiene claro: Lana, su perra de 10 años, fue su primera hija. “Me siento muy responsable de su felicidad y salud. Me considero su papá 100%. De hecho, le digo guagua y niña”, cuenta. Hoy comparte con su hija humana, Josefina, de 9 años, los paseos, los cuidados y hasta la rutina de cepillar a Lana. “La sacamos a pasear juntos, la Jose le da comida, la peina. Somos familia todo el rato”, dice. Y si hay algo que espera transmitirle a su hija, es el valor de las relaciones: “Los vínculos con otros seres vivos son para siempre, no se deben romper, se tienen que respetar y priorizar. La vida de ese animal tiene que ser digna, aunque a veces sea incómodo”.
Diego, en cambio, no se considera “papá” de Maga, su gata de 5 años. “No me identifico con la idea del perrhijo o gathijo”, explica. “Me gusta pensar que, más que una hija, somos dos seres que nos encontramos: dos compañeros, dos amigos”. Maga no es especialmente sociable, pero Mariano, su hijo de un año y medio, la adora: cada noche, antes de dormir, necesita despedirse de ella.
Cuando criar empieza antes de tener hijos
Aunque uno se diga “papá” y el otro prefiera hablar de amistad, ambos coinciden en que los vínculos con sus mascotas los prepararon para la llegada de sus hijos. “Me ayudó a asumir la responsabilidad de tener a cargo una vida, a ensayar la paciencia, la rutina y, sobre todo, el desapego de lo propio. Ya no eres solo tú, sino tu gato, y ahora tu hijo”, dice Diego. Para José Miguel, la experiencia fue similar: “Cuando llegó la Lana a mi vida, aprendí a ser responsable por otro ser vivo por primera vez, pero también a construir paciencia, a sacrificar tiempo personal, recursos, etc”.
Las escenas se repiten: alguien que te espera al llegar, que te busca al dormir, que depende de ti. A veces en pañales, a veces con collar. “La paciencia es el mínimo común múltiplo”, dice José Miguel, mientras Diego agrega: “aunque los humanos somos mucho más indefensos en los primeros años, veo similitudes súper claras entre especies, como la necesidad de protección y de cercanía”.
La paternidad más allá de los humanos
Aunque solemos asociar el cuidado de las crías al rol materno, el reino animal ofrece ejemplos sorprendentes de paternidades activas, sacrificadas y, en algunos casos, insólitas. El caso más emblemático es el del pingüino emperador, donde el macho se encarga de incubar el huevo durante semanas de oscuridad antártica, soportando temperaturas bajo cero y vientos gélidos mientras protege a su cría sobre las patas, sin alimentarse. En otra esquina del reino animal, el caballito de mar lleva el concepto de cuidado paternal aún más lejos: es el macho quien gesta los huevos en una bolsa especial y los nutre hasta el momento del parto.
Los monos tití y los tamarinos, pequeños primates de América del Sur, también destacan por su fuerte implicancia en la crianza. Los machos no solo cargan a sus crías durante casi todo el día, sino que las cuidan, asean y protegen. Lo mismo ocurre con los lobos y perros salvajes africanos, cuyos padres llevan alimento a las crías a través de la regurgitación, una forma de garantizar que incluso los más pequeños puedan acceder a los nutrientes cazados por la manada.
Este tipo de entrega contrasta con el comportamiento de perros y gatos domésticos, donde el rol paterno suele estar ausente. En ambas especies, es la madre quien gesta, pare y alimenta a las crías, mientras que el macho rara vez participa activamente y, en algunos casos, puede incluso mostrarse indiferente o agresivo. No obstante, en ambientes domésticos controlados, algunos gatos y perros machos han desarrollado comportamientos afectivos hacia las crías —propias o ajenas—, lo que sugiere que, si bien no está inscrito como conducta biológica dominante, el vínculo emocional y el cuidado también pueden surgir fuera del instinto reproductivo tradicional.
En definitiva, tanto en el mundo de los animales como en el de los humanos, ser papá no siempre significa lo mismo. Puede ser cargar a un bebé a las 3 de la mañana o acurrucarse con una gata que no habla, pero que exige tiempo, atención y cariño. Puede ser organizar mochilas y arena sanitaria, o simplemente aprender a estar para otro. En cualquiera de sus formas, la paternidad —con hijos de dos patas o de cuatro— es un acto de entrega que se ensaya todos los días. Y en ese ensayo cotidiano, las mascotas no solo acompañan: también enseñan. A cuidar, a esperar y a querer sin condiciones.