Los perros guía cumplen una labor esencial en la inclusión de las personas con discapacidad visual. Su presencia está respaldada por ley, pero también por un lazo de confianza que transforma la forma en que las personas se mueven y se relacionan.

Caminar con seguridad, cruzar una calle, tomar el transporte público o simplemente salir a pasear pueden ser actos cotidianos para muchos, pero para una persona con discapacidad visual significan un desafío enorme. En Chile, hay perros que hacen posible esa independencia: los perros guía, quienes no solo orientan, sino que también devuelven confianza, compañía y libertad.
Desde 2005, la Ley N°20.025 reconoce el derecho de las personas con discapacidad a ser acompañadas por un perro de asistencia en espacios públicos y privados. Sin embargo, durante muchos años esta ley fue más una declaración de intención que una realidad. Hasta 2018, las personas que querían contar con un perro guía debían viajar al extranjero —principalmente a Estados Unidos— para recibir uno, asumiendo los costos de traslado, estadía y entrenamiento en otro idioma. Todo eso cambió en 2018 con la creación de la Escuela de Perros Guía, que permitió que por primera vez en Chile estos animales pudieran ser formados y entregados a usuarios dentro del país.
Aunque esto representa un avance importante, aún queda mucho por avanzar. Como señala Andrea Moreno Droguett, directora de la escuela “una cosa es que exista la ley, y otra es que se conozca y se cumpla”.
La norma garantiza su acceso a lugares como restaurantes, transporte público, centros comerciales y oficinas, sin costo adicional, pero eso no siempre se cumple. “La ley está súper bien hecha, es rigurosa y muy clara en los derechos y deberes de los usuarios de perro guía. Pero todavía no es una ley conocida. Falta educación, sobre todo en quienes atienden al público”, comenta Andrea, quien es médico veterinaria y psicóloga especialista en temas de discapacidad.
En la práctica, muchos usuarios siguen enfrentando barreras cotidianas: “A veces tienen que llamar cinco Uber hasta que uno los acepte, o explicar en cada restaurante que el perro tiene acceso garantizado por ley. Eso no debiera pasar.”
El cambio que falta: educación y conciencia social

Aunque las sanciones por impedir el ingreso de un perro guía existen, la directora de la escuela cree que el cambio no pasa solo por la fiscalización, sino por la educación. “Cada lugar debería capacitar a su gente en temas de discapacidad, no solo en atención al cliente. Cuando hay conocimiento, la inclusión ocurre de manera natural”, afirma.
Por eso, la escuela no solo entrena perros, sino también forma a las personas que los reciben. “Ellos se transforman en agentes activos del cambio: aprenden a educar y a defender sus derechos”, explica.
La institución —que funciona al alero de la Fundación Lucha contra la Retinitis Pigmentosa— ha entregado catorce perros guía en distintas regiones del país, y tiene actualmente más de cien personas en lista de espera. Cada perro requiere cerca de dos años de entrenamiento y una inversión de aproximadamente 25 millones de pesos, pero para los usuarios es totalmente gratuito.
De cachorro a guía: un proceso largo y cuidadoso

Convertirse en perro guía no es tarea fácil. Cada uno pasa por cerca de dos años de formación antes de acompañar a una persona con discapacidad visual. Todo comienza a los pocos días de vida, con ejercicios de estimulación temprana para fomentar la confianza y la adaptación a diferentes estímulos. Luego viene el programa “Puppy Raiser”, donde viven con familias voluntarias que los socializan y les enseñan a comportarse en distintos entornos.
“En esa etapa aprenden a ser buenos ciudadanos, a respetar el espacio del otro y a enfrentar distintos escenarios: ir al supermercado, subirse al metro, escuchar ruidos fuertes. Cuando llegan al entrenamiento técnico, ya están preparados para aprender lo más importante: guiar con seguridad”, explica Andrea.
Durante la última fase, los perros aprenden a marcar obstáculos, detenerse ante cunetas o escaleras, y moverse por la ciudad junto a su futuro usuario. Solo uno de cada dos perros logra completar el proceso, ya que deben cumplir con altos estándares de salud, estabilidad emocional y autocontrol.
Un vínculo que va más allá del adiestramiento

Cuando finalmente se encuentran, el perro y la persona pasan tres semanas en residencia, conviviendo día y noche para aprender a trabajar en equipo.
“Ahí ocurre algo increíble —dice Andrea—. El usuario confía su vida al perro, literalmente. Es un nivel de conexión y de confianza enorme, que cuesta explicar con palabras”.
Este vínculo no se basa solo en la obediencia, sino en la comunicación emocional. Los perros guía son capaces de percibir el estado de ánimo de su compañero, adaptarse a su ritmo y ofrecer contención en momentos de inseguridad o estrés.
“Uno ve un paradero y está toda la gente con cara de tristeza, pero miran al perro y hay sonrisa. Socialmente también pasan cosas”, comenta Andrea. Esa escena resume el alcance del trabajo de la Escuela de Perros Guía: un proyecto que combina entrenamiento, educación y acompañamiento, y que ha permitido que cada vez más personas con discapacidad visual se desplacen con autonomía y confianza por las calles de Chile.
