En este Día de la Madre, celebramos a quienes maternan desde el corazón, sin importar si lo hacen con hijos humanos o con compañeros de cuatro patas. Tres mujeres comparten sus historias de adopción, compañía y amor incondicional, y una especialista nos recuerda por qué la maternidad también importa —y mucho— en el mundo animal.

Ser mamá no siempre significa cambiar pañales. A veces, significa levantarse en la madrugada porque alguien de cuatro patas está llorando, preocuparse por enfermedades, vacunas y controles de salud, salir a pasear bajo la lluvia para que puedan hacer sus necesidades, cancelar panoramas porque tu gato está enfermo o emocionarte hasta las lágrimas cuando tu perro aprende algo nuevo. Para muchas personas —sobre todo mujeres— cuidar de un animal es también una forma de maternar. Y sí: también cuenta.

En este Día de la Madre, quisimos celebrar a las mamás perrunas y gatunas. Mujeres que han formado un lazo inquebrantable con sus mascotas y que han descubierto, en ese vínculo, una manera distinta y muy real de ejercer la maternidad. Conversamos con tres mujeres que han formado una familia junto a perros y gatos y con una especialista que nos recordó cuán importante es, también, la maternidad en el mundo animal.

“No la conocía y ya la amaba”

Hay muchas formas de llegar a una mascota, pero en el caso de estas tres mujeres, la decisión fue clara desde el principio: adopción. Convencidas de que hay demasiados animales buscando un hogar como para no abrirles la puerta a uno de ellos, hoy viven una maternidad distinta, pero igual de significativa.

Carola venía de un duelo profundo. Tras la muerte de su Beagle Baco, juró no volver a pasar por ese dolor. Pero con el tiempo, y tras varias conversaciones con su marido, comenzaron a considerar la idea de tener un perro en conjunto. “Siempre hablamos de tener macho”, cuenta. Pero la vida tenía otros planes.

Un día, vio en redes sociales un video de una cachorra silenciosa entre sus hermanos revoltosos. “Petra estaba en un rincón, solita, sentada mirando fijo a la cámara mientras sus hermanos jugaban. Sentí que era su mamá desde que tachábamos en el calendario los días que faltaban para ir a buscarla. No la conocía y ya la amaba”.

Desde entonces, Petra no solo es parte de su vida, sino también de su rutina laboral. “Disfruto mucho su compañía. Yo trabajo desde la casa, soy independiente, y ahí se instala en su cama al lado mío, mirándome. Ella, sin hablar ni hacer ruido, habita los espacios”.

La historia de Juliana y Menta también está marcada por el amor a primera vista. Junto a su marido, buscaban adoptar una perra hembra, adulta, idealmente de tamaño chico, ya que vivían en un departamento. Pero cuando conocieron a Menta a través de una fundación, todo cambió. “Nos enamoramos de ella. Especialmente yo. Fue amor a primera vista, no me importó que fuera grande. La dueña de la fundación me dijo que por ser negra nadie la miraba, y eso me marcó. Ahí sentí que ya no había vuelta atrás”.

Años después, llegó una hija humana. Y ahí apareció otra faceta de Menta: la de hermana mayor tolerante y amorosa. “Lo más tierno ha sido observarla interactuar con mi guagua. La Menta tiene mucha paciencia”, cuenta Juliana, emocionada.

El caso de María y su gato Sandro fue distinto, pero igual de transformador. Sandro llegó durante la pandemia, en pleno confinamiento. Al principio, a María le costó adaptarse: nunca había tenido un gato y no entendía muy bien sus códigos. Pero con el tiempo, el vínculo creció hasta convertirse en algo esencial. “Pasamos los dos solos todo el encierro y formamos un lazo demasiado profundo. No me imagino mi vida sin él, es realmente mi familia”, cuenta.

Con Sandro, María descubrió otra forma de ser madre. “Hay gente que no entiende este amor, o que los tratemos como hijos, pero yo creo que todas las formas de maternar son válidas. Al final, es amar y cuidar incondicionalmente”.

Las tres coinciden en que cuidar de sus animales las transformó. “Desde que la tengo soy más emocional, más empática”, dice Carola. “También desarrolló un lado maternal en mí que no sabía que tenía”. Juliana lo resume con una sola palabra: gratitud. “Me ha ayudado a disfrutar la rutina, me hace feliz su presencia”. Y María agrega: “Gracias a la vida por darme la oportunidad de ser mamá de Sandro”.

La maternidad en el mundo animal: más que instinto

Más allá del vínculo humano-animal, también quisimos saber cómo viven la maternidad las propias perras y gatas. La veterinaria y etóloga Alicia Plaza explica que “la etapa perinatal —desde el último tercio de gestación hasta los primeros tres meses— es crucial, porque es el periodo sensible del desarrollo neurológico y conductual en los cachorros y gatitos”.

Durante esas primeras semanas, el cerebro de los perros y gatos es especialmente plástico, por lo que todo lo que vivan en ese tiempo tendrá un impacto duradero. “Se forma la base de la socialización, el control emocional y la capacidad de adaptación al entorno”, señala Plaza.

Es por eso que el rol de la madre biológica es clave: “Un destete precoz puede gatillar problemas serios a futuro. El cachorro necesita esa interacción con su madre y hermanos para aprender a relacionarse con el mundo”, concluye.

Cómo celebrar tu maternidad perruna (o gatuna)

Si te sientes mamá de tu mascota, este Día de la Madre también es tuyo. Puedes celebrarlo con un brunch compartido —algo rico para ti y algo sano para tu peludo—, o regalarse una sesión de fotos madre-hijo. También pueden hacer un paseo distinto, explorar un parque nuevo o visitar una cafetería pet-friendly. Otra idea es intercambiar regalos simbólicos: un juguete nuevo para tu compañera de cuatro patas, un detalle para ti. Y si prefieres algo más íntimo, tómate unos minutos para escribir cómo cambió tu vida desde que llegó a tu hogar. A veces, ponerlo en palabras emociona más de lo que imaginamos.