Aunque parezca curioso, las mascotas también pueden desarrollar comportamientos repetitivos que afectan su bienestar físico y emocional. Aprender a reconocerlos y actuar a tiempo es clave para ayudarlos.
Por Josefina Hirane
Cuando un perro persigue su cola sin parar o un gato se lame hasta perder grandes cantidades de pelo, podría tratarse de algo más que un simple juego o costumbre. Estos comportamientos pueden ser señales de un trastorno compulsivo, una condición que —al igual que en los humanos— interfiere con su vida normal.
Un trastorno compulsivo en animales se manifiesta como “conductas repetitivas, estereotipadas, que ocurren fuera de su contexto normal o habitual, o en una duración o frecuencia que exceden los límites para alcanzar su objetivo”, explica el veterinario y etólogo Rodrigo Donoso, fundador de Confiapet (@confiapet en Instagram). También agrega que estos comportamientos “son consecuencia de una enfermedad o de los intentos repetidos de adaptarse a un entorno hostil, es decir, al estrés”.
El especialista señala que en etología no se habla de “obsesiones”, como sí ocurre en humanos, ya que no es posible evaluar los pensamientos de los animales. Sin embargo, advierte que “los dos problemas —trastornos obsesivos compulsivos en humanos y trastornos compulsivos en animales— se parecen mucho”, y que en ambos casos el resultado es el mismo: conductas repetitivas que afectan el bienestar físico y emocional.
¿Cómo saber si se trata de un trastorno?
La clave está en observar si el comportamiento interfiere con la rutina normal del animal. “Para poder diferenciar si es un problema real o simplemente es un comportamiento que se hace puntualmente, una de las cosas más importantes que se tiene que hacer es valorar la adaptabilidad de esa conducta a la rutina del animal”, explica el etólogo. Si el animal deja de hacer muchas actividades de su día a día para repetir esa conducta o si esta afecta su comportamiento habitual, estamos frente a un trastorno compulsivo que requiere atención profesional.
Entre los signos más comunes en perros se encuentran lamerse o morderse una zona del cuerpo hasta causar lesiones, perseguirse la cola de manera compulsiva, caminar en círculos sin cesar, deambular repetidamente, ladrar o aullar en exceso, o perseguir luces o sombras que no existen. En gatos, en cambio, suele observarse la pérdida de pelo por lamido excesivo, la succión e ingestión de lanas o telas, maullidos compulsivos, vocalizaciones similares a las del celo y la persecución de luces imaginarias.
Muchas veces, ciertas conductas pueden pasar desapercibidas o incluso parecer simpáticas a los tutores, como que un perro aúlle o un gato succione una tela. Sin embargo, advierte el especialista, “estas conductas se pueden empezar a repetir de forma compulsiva”, y es ahí cuando se vuelven problemáticas.
¿Qué factores los desencadenan?
Uno de los principales desencadenantes es el estrés. “Cuando el perro o gato se enfrenta a una situación que provoca estrés, frustración o conflicto, el animal puede responder realizando una conducta de desplazamiento, es decir, una conducta que no tiene sentido en ese contexto”, explica Rodrigo Donoso. Si la situación se prolonga o no se resuelve, estas actividades pueden cronificarse, volviéndose repetitivas, compulsivas y estereotipadas.
Otros factores incluyen la falta de contacto social, la falta de estimulación ambiental, el destete precoz y aspectos nutricionales. Además, existe una predisposición genética en algunas razas, como el Pastor Alemán, Dálmata, Rottweiler, Labrador, Golden Retriever y Bull Terrier, donde los trastornos compulsivos se observan con mayor frecuencia.
Según estudios epidemiológicos citados por el etólogo, “entre un 2% y un 5% de los perros tienen trastornos compulsivos, y en los gatos puede llegar a un 12,3%”. Esta diferencia, señala, puede deberse a que los gatos estén más predispuestos o, alternativamente, a que no entendemos correctamente las necesidades ambientales de los gatos, que son distintas a las nuestras.
¿Cómo se puede tratar?
El tratamiento depende del factor desencadenante y se basa principalmente en eliminar la fuente de estrés, enriquecer el ambiente, establecer rutinas predecibles, habituar al animal a estímulos que lo alteran y trabajar en su tolerancia a la frustración. Además, “en los casos donde se sospeche de la presencia de dolor en la zona automutilada, deberá usarse analgesia y antibioterapia”, precisa el doctor Donoso.
En casos más severos, donde la conducta ya está muy instaurada, se puede considerar el uso de fármacos, principalmente serotoninérgicos. También se contemplan otras estrategias complementarias, como el uso de nutracéuticos y feromonas.
El especialista advierte que “está completamente contraindicado realizar amputaciones en casos de automutilación o persecución de cola”, salvo en situaciones médicamente justificadas, como una necrosis de la zona afectada.
Por último, recalca que “es muy fundamental el rol que cumple el tutor, tanto en la prevención como en el tratamiento”, ya que debe ser capaz de reconocer las señales tempranas, evitar reforzar las conductas de forma involuntaria y comprometerse de manera constante con el tratamiento recomendado.
El trastorno compulsivo en animales es un problema complejo que afecta su bienestar físico y emocional. “Es importante que las familias comprendan que un diagnóstico correcto y un tratamiento efectivo pueden implicar un compromiso no solo emocional, sino también económico, y que el abordaje debe ser integral y sostenido en el tiempo”, concluye el veterinario.